jueves, 4 de agosto de 2011

M

No me gustan los hombres que tienen manos más pequeñas que las mías, ni que su rostro, su cabeza, sus facciones sean menores, como si yo fuera la doña cabezona, más aún pensado que me gusta usar el pelo suelto y coquetear con él, una leona en celo, tal cual. Y para peor, con una nariz de pelotón, como mazamorra, me imagino a un cerdo, no, no, más bien  una nariz  semejante a la de  un perro, húmeda, como moquillento. Además se comía sus mocos  cada vez que pegaba una pitiada  al cigarrillo. Te he dicho que soy sensible a los olores y más a los malos y el Pall  Mall pucha que es malo, si hubiese fumado un Viceroy, un Lucky Stryke, ya por último un Bellmont,  hubiese sido  distinto, mis manos hubieses quedado pasadas y pesadas a ese olor que no se  decir mejor que amarillento. Y aun así, a pesar de mis muecas de desagrado, mi tos fingida y mi petición de que no fumara tanto estando conmigo, decidió acompañarme al paradero, no le iba a decir que no. Soy, creo y juego a ser una dama, esas de novelas, no de esas de las novelas que lees ¿Henry Miller? aaah  me suena el apellido, quizás lo confundo con un jugador de fútbol. De repente, el muy... me  vuelve a tomar la mano, otra vez. No le basto las veces que  tuvimos que hacerlo en las piruetas de la salsa, has escuchado esa que dice: que le den candela, que le den castigo... ¿no? jajaja, ¿Qué paso?  Me dio un beso. Al principio suave, después supongo que era yo quien me lo tragaba o parecía como me lo estuviese tragando, no te dije que tengo  la cabeza más grande que él.

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