miércoles, 27 de julio de 2011

XIV


Francisca tenía 15 años y jamás pudo entregar la carta, que hoy, primero de febrero, comienza a pensar y que escribió  días después mientras se soñaba recibiendo una flor y dando vueltas por ahí tomada de la mano quince días durante el verano.

Hay cartas que todos pensamos, pero que decidimos no escribir; o si las escribimos quedan bastante lejos de lo que imaginábamos. Cuando tomaba el lápiz Fran, así partía: “Te quiero”. Debería continuar diciendo “pero renuncio a decírtelo”, y sin embargo pasan y quedan otras palabras como “hay una ley inconmensurable que nos une o un azar maravilloso” o “estoy contigo a la velocidad de todas las luces”, pero si tuviéramos que ser objetivos o aplicarnos ha algún método llevado por la línea suave de  la frase “cada cual tiene lo que se merece o sólo se escucha aquello que necesariamente queremos oír” esa velocidad que se aduce es más lenta cuando se imagina hablándole y más rápida cuando decide quedarse callada mientras lo mira y se distrae frente a la pregunta de la prueba de geografía: ¿Cómo se forman las nubes?  Dicho sea de paso, y  solidarizando con Francisca que dejara la hoja en blanco y en un ejercicio de sinceridad, la profesora tampoco sabe, y el ochenta por ciento de los habitantes del maravilloso país que es la copia feliz del edén, no tiene la menor idea, el otro diez lo cree saber, lo intuye o piensa que tiene la respuesta correcta y están más perdidos que el teniente  Bello, que  se perdió en esas nubes, y  el resto, por lo menos se creyó poeta y recuerda el verso de Neruda: “Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes,
el viento las sacude con sus viajeras manos”, y Francisca lo recuerda, pero no sabe dónde integran ese verso.

Y cuando por fin llego el 14 de febrero se dijo “hoy termina la espera”.  Aunque veinte años más tarde pensaba que eso de los días que celebraban algo sobre todo eso del amor era una mera costumbre y escribir cartas de amor una herida autoinfligida porque una vida sin dolor a veces ahoga en una felicidad sin peso. Cuando niños todos nos enfermamos de felicidad y así, feliz, ella seguía escribiendo con el afán de un científico por lo que no llena completamente el espacio y el tiempo.

Mientras seguía adulando en su carta para bajar del espacio de apellido sideral a su amor dizque platónico piensa que se esta extiendo demasiado y decide terminar: “si me preguntaras que es el amor te diría que es quedarme a tu lado siempre”, pero en realidad ni ella, ni ninguno de sus compañeros aún entiende que el para siempre desde luego se vive a la inversa en la formula del nunca más.

Y veinte  años después, el mismo día  catorce de febrero, pero ahora como a eso de las tres de las mañana, y no  al palurdo de antaño, sino a otro futuro tonto, idiota, imbécil o canalla,  decide volver a escribir una carta,  la carta, porque eso es al final la vida, atreverse a escribir cartas en búsqueda de otros, pero esta vez empieza diciendo: “Te escribo, porque escribir es un ajuste de cuentas en que nada puede salir mal y hoy más que nunca lo creo”. Cuando envío el e-mail empieza a amanecer y seguramente mientras lanza fuertemente su zapato al suelo y se desparrama en la cama se quedó dormida soñándose con una flor y tomada de la mano por ahí.

Ciertamente reflexionará después, con una cara que diremos está entre el despertar transpuesto y el desayuno aún no servido, (C dijo: mejor pone cara de poto  ya de plano, bueno, dije yo, quien lea que elija) que se escribe para dejar vacío el nunca más,   llevado  o imaginado a intervalos muy lejanos, allá en lo desconocido, allá  en un lugar parecido al sinfín del mar.

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