Si mis ojo cruzan, corriendo sin mirar las luces, sin mirar el tráfico de ojos, desorientados como casi siempre, por la Alameda o José Pedro Alessandri, y de súbito los atropellas con los tuyos, lanzándolos lejos, golpeándose ellos en el suelo, ay, casi, casi los envías al cielo o infierno que todos los ojos ven algún día. Pero no era el día señalado para los míos y aturdidos, despacio, doloridos ahí mismísimo donde venden sopaipillas, cigarros sueltos o libros, ven estrellas, malayas y zapatos maldicientes. Y si tras despertar, de a poco, tal si fueran una grieta en la tierra que se abre con la aridez, son los tuyos los que veo, así como las flores que llevan los niños a los moribundos; ojos asustados, risueños, en una repetición o mezcla organizada y bella del baile (o vuelo) de las mariposas, sólo ahí pregunto tu nombre.
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